La noche es sexi; abrigadora. Las damas vienen luciendo atractivos vestidos. La gente llega con un ánimo festivo al Teatro Nazas, el candor de la noche se revestía de saludos y abrazos. Sonrisas cercanas y distantes me hacen descubrir cuán importante es ahora este refugio, al que la gente acude bajo una promesa de tranquilidad.
La voice en off es ahora un limpia y bella voz femenina que avisa el principio; todos a correr y en la penumbra, público y músicos toman su lugar. Al centro, el piano espera por el invitado de esta noche: el joven Guillaume Vincent viene a cumplir con el Concierto No 3 para Piano y Orquesta de Beethoven.
Ante casi 600 asistentes, Guillaume Vincent se muestra como un pianista expresivo, deleitado por las notas de su propio piano y enardecido de gusto por el acompañamiento de la orquesta. Su rostro lo dice todo, está disfrutándolo como niño. Paseando por el mítico concierto que el alemán escribió justo en sus 30. En que sus habilidades pianísticas estaban comenzando su mejor momento.
Es un concierto lucidor, energético: Allegro con brio en el primer movimiento, dejando a Vincent arrancar con lucimiento de sus manos.Viene después el Largo, con un cierre que impacta, y continúa con un Rondo-Allegro,que no deja insatisfecho a nadie. Aplausos. 33 minutos de piano no llenan a la gente que pide más. Y viene el encore. Guillaume es un gran invitado, que ha enaltecido el Beethoven Fest, cumpliendo con disciplina y talento su participación.
En el descanso me topo con sus padres. Los Vincent están felices y se apresuran a buscar a su hijo. Ya superados los protocolos, llaman a la segunda parte: viene la Sinfonía Heroica… sólo escucharla empezar me pone la piel de gallina.
Finalmente puedo sentarme y sentarme e imaginar a ese otro francés, al quien es inevitable evocar vía Jacques-Louis David, quien seguramente pintaba mientras Beethoven componía La Eroica: Napoleón cruzando los Alpes, (Napoléon franchissant les Alpes, 1800).